El
verano siempre es un buen momento para leer libros que en otras épocas dan más
pereza por lo tocho que son. Animado por las críticas y las ventas, y dada mi
permanente afición a la novela policíaca o de intriga, me agencié La
verdad sobre el caso Harry Quebert, la bomba editorial de estos meses.
Al
principio pensaba que quizá era un problema de la traducción, porque me sentía
incómodo leyéndolo, en especial la parte dialogada. Pero una vez completada una
parte aceptable del libro, la evidencia aparecía sin lugar a dudas: el libro es
malísimo.
Os
aseguro que he leído mucho en mi vida, novelas de todos los colores, aunque
generalmente buscando más el entretenimiento que la meditación. Pero nunca me
he encontrado con algo tan sonrojante como este libro: Los diálogos son propios
de niños de 10 años, el argumento es de telenovela barata, los personajes son
tan sólidos como una pompa de jabón. Además de algo imperdonable en la novela
policíaca: unas incoherencias monumentales.
Pero
la idea de este post no es hacer sangre con este libro, total, hay mucha gente
que cree a pie juntíllas que es una obra maestra. El objetivo es más bien
recapacitar sobre hasta qué punto tener tantas fuentes de información como
tenemos en internet nos hacen de verdad saber lo que pasa en el mundo.
Lo
primero que veo es que toda la información que tiene cierto eco está barnizada
con un color político o comercial, o ambos. Como también nosotros tenemos
nuestras ideas y nuestros gustos, en cuanto se coincide con alguna cosa escrita
por otros ya vemos lo que escriben con buenos ojos, y cuesta mucho separar
luego la paja del trigo.
Yo
no sé en qué porcentaje, pero seguro que más de ¾ partes de lo que se pone en
internet viene de un corta-pega. De hecho es curioso ver las mismas frases
literales una y otra vez en las reseñas de libros, discos, películas etc. Por eso muchas veces es mejor leer los
comentarios en la página que la propia reseña.
Y
luego hay otra cosa que nos mata, y es una tremenda candidez con respecto a lo
publicado por escrito. Lo que está escrito tiene peso, seguro que está
trabajado, que el que lo pone se lo ha leído/escuchado/visto atentamente. No sé
yo… Y lo malo es que me temo que esto vale también para noticias de actualidad,
con lo cual uno se vuelve muy escéptico, y descreído.
Desde
aquí sugiero que se fomenten los rancios cine-forums, donde cada espectador
puede opinar sobre la película que todos acaban de ver, o las tertulias sobre
libros, con la garantía de que los participantes lo han leído. Sesiones
musicales con un buen equipo y unas cervecitas no tienen precio, para luego
comentar lo que más nos ha gustado y lo que menos. Ver los deportes sin
escuchar los comentarios y luego leer las crónicas para ver si coincidimos.
Escuchar las intervenciones políticas en directo, sin tener que conformarse con
los extractos que la prensa o quien sea nos hace (ya sé que es difícil, ya,
pero no imposible). En fin, revivir ese espíritu crítico y activo que tenemos
adormecido, sin que crítico sea criticón, que es otra cosa.
Ahora
con la no-elección de Madrid para las Olimpiadas 2020 leeremos de todo sobre
las causas de este fracaso, unas con la tranquilidad de “expertos”, otras más
viscerales. Yo ya me apuesto 1 euro a que nunca sabremos realmente lo que ha
pasado, quitando 4 que estarán pasándolo en grande leyendo los desatinos que se
escriban sobre el tema.
Y la
mayoría, como yo tras leer Harry Quebert, nos quedaremos con cara de bobos sin
entender por qué se escribe lo que se escribe. (O medio entendiéndolo, que es
casi peor).
Antimateria
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