En los primeros viernes del mercadillo que se hace en el Empecinado, el parque que hay al lado del bar, todavía andábamos un poco verdes en eso de servir a toda leche los “cafés con leches”, como los llamaban nuestros amigos los gitanos.
Uno de esos viernes, una chica entre la multitud me pidió un café y un pincho de tortilla. A los diez minutos la chica seguía allí esperando, sin decir nada.